Una torrencial lluvia registrada la tarde de ayer volvió a poner en evidencia la fragilidad de la infraestructura urbana en Iquitos, capital de la región Loreto. En diversos sectores de la ciudad, las calles se transformaron en ríos y el agua ingresó a viviendas, locales comerciales e instituciones educativas, generando malestar entre los vecinos, quienes aseguran que cada precipitación es sinónimo de angustia y pérdidas materiales.

El colapso del sistema de alcantarillado, una obra que debía solucionar el problema del desagüe en la ciudad, se ha convertido en una de las principales causas de las inundaciones. Pese a las millonarias inversiones realizadas durante años, el sistema continúa mostrando fallas estructurales y deficiencias en su mantenimiento, lo que impide el drenaje adecuado de las aguas pluviales.

Para los ciudadanos, esta situación ya no sorprende, pero sí indigna. Muchos barrios se ven afectados incluso con lluvias de corta duración, lo que evidencia la inexistencia de un plan de drenaje urbano eficiente. A ello se suma la acumulación de residuos sólidos que bloquean los colectores, generando aniegos que se prolongan por horas y exponen a la población a enfermedades.
Mientras tanto, las autoridades se limitan a culpar a gestiones anteriores por los problemas del alcantarillado. Ninguna instancia, ni municipal ni regional, ha presentado hasta ahora una propuesta técnica seria que permita corregir los errores de diseño y ejecución que mantienen a la ciudad en esta situación crítica. En lugar de soluciones, la población recibe justificaciones y promesas que nunca se concretan.

Las lluvias, que deberían ser un fenómeno natural esperado en la Amazonía, se han convertido en una amenaza recurrente. La falta de infraestructura pluvial adecuada, la expansión urbana desordenada y el abandono del mantenimiento de las redes sanitarias agravan una crisis que se repite año tras año.
En medio de este panorama, familias enteras pierden sus pertenencias, estudiantes ven interrumpidas sus clases y el tránsito se vuelve imposible en zonas céntricas y periféricas. Los vecinos reclaman acciones inmediatas, pero las respuestas institucionales siguen siendo tardías o inexistentes.

Lo ocurrido ayer en Iquitos no es un hecho aislado, sino el reflejo de una ciudad atrapada entre la desidia y la improvisación. La falta de planificación urbana, la corrupción en la ejecución de obras y la ausencia de fiscalización han condenado a la población a convivir con el agua sucia y la desesperación.
Mientras no exista voluntad política para corregir los errores del pasado y asumir la responsabilidad del presente, Iquitos seguirá inundándose con cada lluvia. No por efecto del clima, sino por la ineficiencia de quienes tienen en sus manos la gestión de una ciudad que, cada vez más, se hunde entre el abandono y el olvido.







